Amo incondicionalmente
El pasado martes participé en el Circulo de Hombres al que llevo acudiendo asiduamente un tiempo. El artículo que un compañero había publicado días antes, Simbiosis, nos dio el pie para comenzar a dialogar y esos diálogos nos fueron llevando por diferentes reflexiones.
Un compañero habla del del amor incondicional y lo expresa como lo vive y tal como lo vive lo transmite y me abrumo con toda su verdad que intuyo lleva detrás un importante trabajo personal. Me obligo a mirarme. ¿Dónde me encuentro al respecto?...
Algunos de los allí presentes nos cuestionamos está incondicionalidad, según cada cual la entendemos, según nuestra experiencia de vida.
En este hurgarnos buscamos nuestra propia identificación. Escudriñamos la etimología de la palabra incondicionalidad, sin usar el diccionario con el sesgo del sentir personal de cada cual: Sin condición, sin esperar nada a cambio, pase lo que pase, sin expectativas...
Rebuscamos en nuestras propias vivencias, en nuestra propia forma de amar. A la mayoría se nos antoja difícil esto de no tener expectativas en lo que cada uno damos a las demás personas, incluso en el amor más puro entre los que allí son padres hacía sus hijas e hijos, sale en mayor o menor medida la expectativa.
Otro compañero nos invita a reflexionar a tenor de los hablado en diferenciar el deseo de la necesidad. Se hace un breve silencio.
Rumio sobre esto: Veo la expectativa como deseo, como soñar que algo se cumpla.
Entro en conflicto, porque en mi momento vital mi trabajo de crecimiento personal va encaminado a relacionarme sin expectativas. No desde la soberbia de no necesitar nada de nadie, (reconociéndome como ser relacional, eso sería imposible o destructivo), sino desde no crearme relaciones de dependencia, poner a otras personas a satisfacerme necesidades que yo no soy capaz de cubrirme. Poder elegir a las personas libremente no porque las necesite, sino porque las quiero. Relaciones sanas sin dependencias. Para mí esta es la cuestión: no convertir el deseo en necesidad y aún más ser yo quien me gestione ese deseo sin demandarlo, disfrutándolo si se da o manejando mi frustración si no es así, sin que ello le repercuta a la otra persona. Poniendo conciencia en como lo hago, para no transformar la demanda no hecha explícita en un chantaje emocional.
Decía otro compañero que hay que tener los pies en el suelo. Y yo digo: pies en el suelo para no dejar de ver a las demás personas, para no elevarnos sobre ellas, para poder tenerlas en cuenta.
Miguel Á. Cuerva