¿Dónde ponemos la valía personal?
En términos generales cuando se le pregunta a alguien ¿Tú que eres?, responde con su profesión o en su caso con su dedicación; la identificación la solemos establecer con el rol profesional, vocacional... que ocupamos socialmente. Todas estas respuestas, tienen una pregunta más a fin ¿A qué te dedicas? Pero tendemos a confundir lo que somos con lo que hacemos. Y ¿Qué somos? Somo personas, seres humanos, hombres, mujeres, niñas, niños... La impresión es que, a esto de ser sin más, por sí mismo no le damos valor, el hacer es lo que cuenta. Así es como convertimos nuestra existencia en términos de éxito y fracaso, poniendo nuestra valía fuera de nosotras mismas. Por tanto, nuestro autoconcepto, nuestra autoestima es directamente proporcional a lo conseguido, a lo logrado en el terreno laboral, amoroso, deportivo, familiar... Y cuando esto, que es externo a nosotras mismas, no cumple las expectativas, algo en nuestro interior comienza a fallar. ¡Que efímero nuestro amor propio!
¿Qué pasaría si nos amasemos solo por el hecho de ser?
¿Qué pasaría si no nos midiesen ni nos midiésemos?
¿Qué ocurriría si todo lo externo en lugar de valorarlo en términos de éxito y fracaso, lo hiciésemos en experiencias en valiosos aprendizajes de vida?
¿Qué ocurriría si dejásemos de competir y compararnos?
Si me paro a sentir cada pregunta, a mí la respuesta que me llega es sosiego, respeto, amor... sin duda ingredientes de la felicidad.
Quiero compartir contigo, que me lees en este momento, dos experiencias recientes de dos personas de mi entorno, en principio, solo en principio muy diferentes entre sí. Una de ellas es un sexagenario y la otra un niño de 10 años.
El primero es uno de los compañeros del Circulo de Hombres en el que participo: Hace pocos días expresaba con amargura después de toda una vida de experiencias, su sensación de fracaso por la experiencia obtenida en las relaciones de pareja.
En su momento vital presente, su valía está directamente puesta en su sentir en el amor, su ser supeditado a lo externo.
El segundo es un guerrero, (termino con el que me gusta denominar a los clientes y clientas de mi consulta). Esto también es reciente: Este guerrero cuando llegan épocas de exámenes, (le ocurre en más situaciones, pero la que aquí refiero, fue provocada por los exámenes), somatiza la tensión que esto le produce y vomita.
Trabajando sobre ello en consulta, contándome lo que le pasaba Le dije: -¿Sabes qué? aquí lo más importante eres tú, no hay nada que sea tan importante como para que permitas hacerte daño. -El me mira con mucha atención. -De pronto le digo: -¡A la mieeerda con los exámenes! -Me mira ojiplático. -¡A la mieeerda con todo lo que hace daño! -Le invito a repetir conmigo. -¡A la mieeerda...! -Al principio lo hace tímidamente y conforme yo pongo más énfasis en la frase, él se anima hasta que termina diciéndolo entre risas. Al menos en ese instante liberó esa presión.
Me quedo mirándole fijamente, pronuncio su nombre y continuo: -No hay nada ni nadie más importante que tú. -Se lo voy repitiendo en tono suave. Él me mira también fijo y con gesto de sorpresa a la vez, me aproximo a él, le tomo de sus manitas menudas y frías. -No hay nada ni nadie más importante que tú. -Hace pucheros. -No hay nada ni nadie más importante que tú. - Primeras lágrimas. No hay nada ni nadie más importante que tú. -Llanto desconsolado. Le pido permiso para abrazarle, asiente con su cabecita. Le abrazo el tiempo que el necesita que contabilizado puede ser largo y vivido apenas un suspiro; en silencio, respetando su estar, la toma de conciencia de su ser.
Tan pequeñín este guerrero y ya tiene su valía en el hacer y como aún no ha conseguido destacar entre sus iguales en actividades propias de la edad, con lo que si se atreve se autoexige rozando el perfeccionismo en busca de reconocimiento. Para él, lo que vale es lo que hace, en este caso concreto de los estudios, sus notas no son calificaciones de lo aprendido, (esto último daría para otro artículo), significa una nota así mismo, una nota que lo califica como persona.
Si valemos lo que hacemos, podemos hacernos una idea de lo más íntimo que puede sentir una persona, cuando se tiene que retirar de la vida laboral, por jubilación, enfermedad u otras causas similares. Se sabe que un porcentaje altísimo de este colectivo sufre depresión tras el cese de su actividad profesional.
Cuando nacemos, no hay nada más que hacer que ser y en ese momento se nos ama solo por el hecho de ser. ¿Qué paso después, como para que siendo tan chiquito como mi guerrero o tan grande como ni compañero, necesitemos hacer algo más para sentir que nos quieren, aún más para sentir que somos válidos, para querernos?
Y así nos pasamos la vida, haciendo cosas que quizás no nos apetezcan para agradara a las demás personas, para que no dejen de querernos. El amor propio no es otra cosa que amarnos a nosotros mismos, si cuidamos esto no ansiaríamos fuera al punto de dañarnos lo que ya tenemos dentro.
Miguel Á. Cuerva